La arcaica y, lamentablemente todavía muy extendida absurda
clasificación entre planetas “benéficos” y “maléficos” se choca con el rígido
muro de la realidad muchas veces más de lo pensado.
Acabo de ver, dando una clase de Astrología, un aspecto
relativo a esto, bastante llamativo y particular.
La madre de un hombre de mediana edad acababa de morir, de
manera súbita (un ataque cardíaco), el martes de esta misma semana. Nos
dispusimos entonces con mi alumno a buscar en dónde se vería plasmada esa
pérdida tan importante para esta persona en su mapa natal.
Debo reconocer que me costó un poco dar con el aspecto
indicado. El que suele actuar como catalizador es Marte, como así también en el
caso de una enfermedad terminal que llega a su fin con la llegada de este a
algún punto determinado de la Carta. Además, claro, de ver los tránsitos de
Saturno, Urano, y de Plutón. Pero nada de eso nos llevaba a buen puerto.
Este caballero tiene una cuadratura de Urano, desde Escorpio
y su Casa IX, con Saturno en Leo en la VI. Pues bien, ¿adivinen quién fue el
encargado de dinamizar, de poner en movimiento esa cuadratura ligada a la salud
(Casa VI), el corazón (Leo), y la muerte (Escorpio) de manera súbita (Urano)?
Seguramente a todos nos sorprenda saber que el protagonista
de tan fuerte suceso haya sido el mismísimo amoroso, generoso, desprendido,
fértil y fecundo Dios Zeus para los griegos. Asociado a todas esas cualidades,
y más, nos cuesta creer que se haya comportado como uno de esos planetas
pésimamente mal llamados “maléficos” …
Pero entonces acá surge la importante pregunta existencial:
la muerte, ¿es acaso algo “malo” en sí misma? No. Definitivamente no, al menos
para mí.
Júpiter entró en Escorpio el 11 de octubre de 2017. Tal vez
este recorrido lo haya teñido de oscuridad. Quizás lo esté envolviendo una
túnica negra que nos remita más a la parca que a sus acostumbradas estupendas
manifestaciones. O posiblemente, con movimientos como este, sólo venga a invitarnos
a que en nuestra consciencia hagamos de una vez por todas esa síntesis
sagitariana que nos dice que lo bueno y lo malo son sólo entelequias en nuestra
limitada mente dual.
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