© Justo Félix Olivari Tenreiro.
Mucho vengo escribiendo sobre la distancia sideral que
existe, en la psiquis de una enorme cantidad de seres humanos, entre Piscis y
Escorpio.
Mientras estamos en el proceso de comprensión de la impronta
pisciana, nos vemos envueltos en drenajes energéticos ilimitados y extenuantes,
fijándonos en un lugar de extrema insolvencia, toda vez que a la falsa creencia
de que todo eso lo dimos de manera “incondicional”, le sucede la triste
realidad de sentirnos estafados por no haber recibido siquiera un mínimo porcentaje
en retribución a lo otorgado.
Escorpio nos habla e invita a algo muy diferente. Más allá
de que exista alguien en el planeta que pueda desenvolverse de manera diestra y
con pericia dentro del campo de la misma, esta energía, en su expresión más
elevada, no puede, bajo ningún aspecto, quedarse en deuda consigo mismo.
¿Por qué Piscis lo puede dar todo hasta el agotamiento y por
qué Escorpio necesita sopesar lo que ofrenda y lo que recibe?
Piscis, como último Signo del Zodíaco, nos habla de consumación.
Es allí en dónde todas las formas se pierden y diluyen. Donde ya no hay
“afuera” y “adentro”, donde ya no encontramos límites que nos separan de nada…
La concretísima realidad estructural capricorniana se desintegró primero en
Acuario: miles de partículas disgregadas tienen su correlato en las estrellas
del cielo, en cada ciudadano de una comunidad…
El paso siguiente es la disolución total de esa materia. De
ahí que asociemos a Piscis con los alcoholes, un líquido que está, y que luego
“desaparece”; con la capacidad para tomar contacto con los mundos intangibles
como el de los ángeles, hadas, gnomos, fantasmas, espíritus, etc.
El arquetipo pisciano por excelencia, que marcó el inicio de
esa Era hace más de dos mil años, es el de Jesús crucificado, habiendo
encarnado y aceptado tal misión, con la intención de salvar y redimir a la
Humanidad.
En definitiva, quien esté poseído por este arquetipo, sea
que lo haga desde un lugar tremendamente neurótico, o que lo realice como un
acto heroico, es capaz de entregar TODA su energía hasta que eso implique su
mismísima muerte.
Escorpio lee eso y queda, sencillamente, espantado.
El eje Tauro-Escorpio está atravesado por lo biológico y lo
fisiológico. Tauro nos habla de nuestras necesidades básicas y de instinto,
algo común a todo ser vivo. Entonces nuestro instinto de supervivencia (o la
pulsión de Eros para Freud), nos lleva a poner especial énfasis en lo que
hacemos con nuestra energía. Porque lo que está en juego es, ni más ni menos,
que nuestra propia existencia.
Tanto el gran generador de dinero y acumulador de enorme
cantidad de bienes materiales (Tauro), como cualquier persona que se apropia de
bienes ajenos en un acopio impúdico y obsceno (Escorpio), están atravesados por
ese instinto de conservación. [Esto vale también para cuestiones un poquito más
“sutiles”, como la resistencia taurina a todo cambio, o las extorsiones
emocionales escorpianas que, a través de la culpa, obtienen una energía extra].
Es así damas y caballeros: lo que subyace en lo más profundo
de la psiquis de esas figuras tan emblemáticas es, ni más ni menos que… EL
MIEDO A LA MUERTE.
Parte de la “pérdida de conciencia” a la que muchas veces
nos referimos para graficar las posibilidades piscianas (por medio del alcohol
o de drogas, estados de coma, meditación, etc), se refleja de manera dramática
en esas disociaciones fatales que hacemos tantísimas veces los empáticos,
perdiendo contacto con lo más básico de nuestra naturaleza animal, como las
necesidades de descanso, buena alimentación, etc., etc. a favor de una entrega
energética desproporcionada hacia seres que bien podrán seguir felizmente vivos
sin nuestra “imprescindible” intervención…
Escorpio nos mira fijo anonadado. Y con paciencia taurina
espera el momento en que nos decidamos a zambullirnos en su vital Sabiduría
para darnos un abrazo desgarrador.
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