© Justo Félix Olivari Tenreiro.
“En el llanto se encuentra la síntesis del dejar ir…”. Agua
de Rosella.
Los misterios existen para ser respetados. Pero la Vida
quiere, a veces, que demos con algunas respuestas que jamás buscamos
conscientemente.
La duración de lo que solemos llamar “duelo” (me refiero a
lo que sigue luego de la separación de un vínculo amoroso-romántico), sabemos
fehacientemente que de ningún modo está ligada a la extensión temporal de esa
relación.
La ruptura de un encuentro más o menos fugaz, de sólo
algunos meses de permanencia, puede dejarnos, literalmente, de cama…
Ese proceso pareciera tener vida propia. En esa etapa en la
que incluso a veces existe alivio porque por fin se fue y se terminó aquello
que me mortificaba o que ya no me representaba, también nos encontramos, en la
gran mayoría de los casos, con el dolor por la pérdida de lo que sí nos nutrió,
nos hizo felices, nos ayudó a crecer y nos aportó, en el mejor de los casos,
compañía amorosa.
Tenemos claro, también, que muchas más veces de lo que nos
hubiera gustado, atraemos en ese objeto amado a un reflejo fiel, algo así como
una fotocopia, de papá, de mamá, de algún hermano/a, o de cualquier otro ser
con el que tuvimos contacto profundo desde pequeños. Hasta tanto no estén
medianamente sanadas las historias compartidas con ellos, los mismos se
presentarán como espectros encarnados en otro cuerpo físico…
Y precisamente es ahí en donde creo que está unas de las
claves para comprender por qué algunas separaciones son tan dolorosas, o nos
cuesta tanto aceptarlas. Por qué nos resistimos tanto a soltar a ese otro, como
si en esa despedida se jugara algo de una importancia vital.
Por poner un ejemplo, si con mi compañera hicimos, de manera
sumamente implícita e inconsciente, un pacto y un contrato de similares
características al que hice con mamá, en donde “Yo te sostengo a vos-vos me
sostenés a mí” era la premisa inviolable, no sólo me habla a las claras de que
mi relación interna con mi madre todavía necesita ser revisada (desde el
momento en que sigo haciendo con mis parejas lo mismo que hacía con ella), sino
que es totalmente entendible entonces que me cueste horrores separarme de esa
mujer, desde el momento en que mi “niño interno” va a experimentar eso casi que
como la muerte misma…
O una mujer puede resistirse desesperadamente a soltar a un
caballero por el que dice no sentir otra cosa que el cariño que se siente por
un amigo, pero del que ha recibido, enamorado él sí de ella, la más grande y
generosa cantidad de elogios y reconocimientos como jamás nadie lo regaló, si
es que su propio progenitor no la miró con ojos amorosos ni le prodigó esa
atención nutritiva, o la descalificó de alguna manera… Ese otro “padre” ahora
sí nutricio que apareció en su vida, cumple, siente su “niña”, una función
reparadora “adictiva”, de la que es muy doloroso y difícil prescindir…
Nadie puede suplir lo que no está completo en nosotros
mismos, nadie jamás llenará ese vacío. Y hasta tanto no esté sanado, vendrá a
nuestra vida cíclicamente encarnado en nuestro nuevo objeto de deseo, y se irá
dejando una inevitable estela de desgarro y dolor…
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