© Justo Félix Olivari Tenreiro.
“Y Jesús dijo: Las zorras tienen madrigueras y las aves del
cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”.
Evangelio según San Mateo, 8:20.
Extraño mi ciudad natal, pero me fui de allí antes de que su
locura urbana me enfermara.
Descubrí que puedo vivir en cualquier parte del planeta y
soy el Ser más feliz sobre la faz de la de la Tierra por eso. Bendigo el
desapego y la adaptabilidad que en esta parte de mi Vida despertaron raudos.
Pero me desquicia no saber cuál es mi lugar en el Mundo.
Tengo la certeza de que siempre encontraré felicidad e inconformismo sea a
donde sea que vaya.
Amo la vital adrenalina del descubrir y transitar el nuevo
rumbo, y quiero volver a mi génesis al mismo tiempo.
Necesito encontrar la Tierra prometida.
Si escucho otras voces enloqueceré. Yo sé muy bien a dónde
quiero ir, hasta que la próxima repentina y desconcertante eventualidad me
comunica lo contrario.
Siempre sé a dónde voy, pero no puedo contar nada de lo que
he visto y dejado atrás.
Me quedaré acá hasta que el tiempo deje de estar de mi lado.
Y así será en cada “acá”, por los siglos de los siglos.
Estoy en un camino hacia ninguna parte. Estoy en un camino
hacia el Paraíso, hacia ningún lugar.
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