© Félix Olivari Tenreiro.
Días atrás escribí un par de notas sobre la forma en que
leemos los tránsitos planetarios. Luego de haber recibido algunos comentarios
que me siguen resultando un tanto llamativos, me puse a reflexionar…
“Okey, Félix, entiendo lo que tú dices, pero Urano ES
maléfico: pasó por mi Casa Vll y me divorcié…”. “Plutón pasó por mi Casa VIII,
se murió todo el mundo a mi alrededor y tuve graves problemas económicos…”.
“Saturno pasó por mi Sol y por mi Ascendente y me quedé sin trabajo…”.
Y yo que como un ingenuo hasta ahora había creído que si me
divorciaba era porque ese vínculo ya no me representaba y no tenía más sentido
en mi vida, que si desencarnaban personas cercanas a mí tal vez pudiera
trabajar y aprender el desapego, además de preguntarme cuál era el motivo de
que tanta energía escorpiana me estuviera rondando, y que si me quedaba sin
trabajo tal vez la Vida me estuviera abriendo las puertas para que hiciera algo
más cercano a mis gustos y deseos…
Me puse a reflexionar, decía, y llegué a estas conclusiones:
Si me quedo eternamente apegado a los mandatos y
limitaciones psicológicas que he aprendido en mi infancia, si sigo respondiendo
emocionalmente a los 50 años de la misma manera que lo hacía a los 10, está
claro que podemos considerar a la Luna como un planeta maléfico.
Ni qué hablar del Sol… Cuando mi egocentrismo y mi urgencia
por brillar me llevan a no registrar a quien tengo a mi lado y a amedrentar a
quien no me rinde obediencia, envuelto en mi circuito de altanería y soberbia…
Si me dedico a difamar a cuanto ser humano tengo en mi
entorno, si me encanta meterme en la vida de los demás y “llevar y traer” todo
tipo de falsedades, o mi refugio es la racionalización incluso de las
emociones, entonces Mercurio tiene bien ganado el mote de maléfico…
Venus se suma a la lista desde el momento en que me
sobreadapto y me someto a los caprichos de los demás, y si por quedarme fijado
al “cuidado de las formas” evito toda confrontación con los otros y toda
indagación profunda de mí mismo. O cuando la comodidad y el apego a lo conocido
me llevan a resistir cualquier situación de cambio.
También lo será Marte, si mi intolerancia no le deja espacio
a mi pareja o la gente con la que me relaciono en general para que puedan
expresar libremente sus deseos, pretendiendo siempre imponer el mío…
¿Júpiter? ¿Acaso el gran “benefactor” del Zodíaco puede
convertirse en algo maligno y pernicioso? Cuando el fanatismo me ciega y
descalifico cualquier otra creencia que no coincida con mis dogmas y
postulados, convirtiéndome en una persona intransigente y obstinada, el más
grande en tamaño de los planetas del sistema solar no pareciera estar
trayéndole a mi Vida nada muy magnánimo que digamos.
Bueno, Neptuno no puede hacerle mal a nadie: como regente de
Piscis es el planeta del amor universal… Solo que si en nombre de ese amor
universal me regodeo en sacrificios que nadie me ha pedido y que por eso mismo
en algún momento me veré tentado a pasar la factura por mi victimización,
entonces nos vemos en la obligación de considerarlo también como un cuerpo
celeste dañino.
Nada que decir de Saturno, Urano y Plutón; desde el
principio de los Tiempos ha sido considerada una calamidad su presencia en
cualquier área de nuestra Carta Natal.
¿Será por eso que la Humanidad pareciera vivir en una
especie de “Sálvese quien pueda”, desde el momento en que nos concebimos como
criaturas indefensas a expensas de fuerzas cósmicas incontrolables y
terriblemente oscuras?
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