Alrededor de los años ’80 del Siglo pasado se difundió una
técnica que nos decía que si visualizábamos, con determinación y siguiendo
algunas determinadas recomendaciones, aquello que deseábamos para nuestra
realidad podría llegar a materializarse.
Hace rato que sabemos que el concepto de “tiempo” es una
entelequia. Una construcción mental. Que todas las realidades, todos nuestros
recuerdos y nuestras memorias, pasado, presente y futuro conviven en
simultáneo… Que inclusive episodios de lo que llamamos “vidas pasadas”, bien
pueden ser sólo experiencias arquetípicas impresas en el inconsciente
colectivo, y que por algún motivo nos vimos relacionados con ellas.
Más de un par de veces me he visto habitando realidades
(vínculos, espacios físicos, lugares de residencia, etc.) que olían a
conocidas. Como las había pensado en el pasado con cierto fervor, con mucho
deseo y ganas, concluía que aquello que tiempo atrás tantas veces había visto
en mi mente, había tomado forma en ese presente.
“Lo logré!”, pensé en un principio. Sorprendido, más que
nada, porque en mi caso esas “visualizaciones” nada o muy poco tenían que ver
con trabajar con esa “técnica” de manera sistemática y regular. Eran más que
nada las simples fantasías que a todos se nos pueden disparar en cualquier
momento del día. Es más, no pocas veces me juzgaba a mí mismo por pasar tanto
tiempo desconectado de la “realidad”.
“¿Lo logré?”, me pregunté más tarde. ¿Y si esa hermosa casa
en la que estaba viviendo, o esa mujer tan amorosa, sensible y empática con la
que estábamos compartiendo esa etapa de nuestras vidas, en lugar de ser el
resultado de haberlas visto-deseado con pasión en el pasado, hablaran de la
capacidad que tuve en su momento para “ver” el futuro?
¿Estoy fantaseando, viendo el futuro, o creando mi realidad?
Creo que en un punto, en lo más profundo de nuestro Ser,
todos sabemos quiénes somos. Qué experiencias nos corresponden, qué ideal, qué
mejor versión de nosotros mismos podemos llegar a manifestar.
Pero del mismo modo que estoy convencido de lo recién
expuesto, mi certeza es que, en una inmensa mayoría de los casos, como el mío,
acceder a ese potencial requiere de… Trabajo. Trabajo interno, sanación, cura,
terapia, en definitiva, toma de consciencia de lo que nos impide llegar a desarrollar
todo ese potencial que nos espera.
Debo confesar la fascinación que a mi niño interno le
provocan muchas de las películas que han visto la luz en las últimas décadas
que nos hablan de esa ausencia de límites temporales, como la mítica “Volver al
futuro” en donde los viajes al pasado les permiten a los protagonistas cambiar
lo que había sido su realidad. Semanas atrás me atrapó “Predestination”, en la
que ambos personajes principales hacen viajes temporales a partir de los cuales
logran una profunda comprensión de sí mismos y de muchas de las circunstancias
por las que atravesaron en su vida.
“Pero eso mismo es lo que estoy haciendo yo en cada sesión
de Decodificación Bioemocional!!”, gritó hace unos días exaltado ese mismo niño
feliz por ser, esta vez, protagonista de uno de esos films de aventuras.
Buscar en el árbol familiar el origen de lo que hoy me
angustia y me limita, sea un síntoma físico, problemas vinculares, económicos,
laborales, etc., indagar con ese antepasado qué fue lo que le pasó, dejarlo
expresarse, que saque su odio, ira, dolor, resentimiento para que logre
descansar en paz, y comprobar luego los efectos sanadores concretos, visibles y
palpables en mi existir cotidiano que ese viaje a otro tiempo me regaló, es la
prueba más empírica de que lo que hasta ahora sólo era “ficción”, está al
alcance de nuestras manos.
En épocas de Neptuno navegando Piscis, entiendo que es
menester estar receptivos a estas miradas y experiencias oceánicas, en donde se
evaporan los límites espacio-temporales.
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