jueves, 25 de abril de 2019

EL HUEVO DE LA SERPIENTE.

© Justo Félix Olivari Tenreiro.

“Era vegetariana, pero volví a comer carne cuando me di cuenta de los niveles de violencia que estaba atrayendo” … Esta magistral toma de consciencia por parte de una mujer con la que tengo el honor de compartir clases de Astrología, bien sirve para graficar el conflicto universal imperante respecto a la temática ariana, a nuestra incapacidad para articular “violencia-pacifismo” en un todo congruente y contenedor.

¿Comer o no comer carne? Eso no tiene la menor importancia; sí que tengas en claro desde qué nivel de consciencia lo haces o lo dejas de hacer…

¿Son acaso los actuales mandatarios que levantan las banderas de la xenofobia, la homofobia y la intolerancia racial, y todos los tiranos que han surcado la historia de la Humanidad, emergentes de sociedades violentas, la cara visible de esa intolerancia imperante en esas comunidades? Definitivamente NO.

Hacer esa lectura de los acontecimientos, es, ni más ni menos, que seguir pateando la pelota afuera. Esa mirada exorta a cada ciudadano a trabajar y revisar sus tendencias a la violencia, sus aspectos intransigentes. O sea, empuja más y más a ese colectivo a abrazar un “pacifismo” des-integrado y meramente gestual. (Ya sabemos cómo terminaron las vidas de Gandhi y Lennon, por poner un par de ejemplos, incapaces de asimilar sus enormes cuotas de violencia pasiva).

Un principio básico de la Astrología Esotérica, del que Jung habló largo y extenso, afirma que atraeré a mi realidad aquello que no he logrado integrar. Entonces en esas sociedades una masa crítica, imposibilitada de asumirse violenta, cruel e intransigente (sea por culpa, por mandatos religiosos o “espirituosos”), proyecta en otro sector de ese mismo colectivo esa energía no asumida. Cuando la cantidad de robos, violaciones, asesinatos y secuestros extorsivos exceden lo que los primeros consideran tolerable, elevan su reclamo al Cielo clamando por alguien que venga a poner orden en esa comunidad…

El líder que emergerá en esas circunstancias cumplirá entonces con el requisito de ser lo suficientemente violento y, sin que le tiemble el pulso, poseer “mano dura” para “limpiar” de ese territorio a los malvados delincuentes. O sea, rogamos por un mandatario que ejerza la misma violencia que cada uno de nosotros se niega a asumir como propia, y que detestamos y decimos rechazar de esos malvivientes…

El título de esta nota hace referencia a una película dirigida por Ingmar Bergman del año 1977, y ambientada en la Berlín de los años 20 del Siglo pasado, cuando Hitler empezaba a asomar su cabeza… ¿Cómo fue posible semejante horror y espanto? ¿Cuál fue el germen de la atrocidad que ejecutó el nazismo? Una sociedad completamente convencida de su “inocencia”, de su “pureza”, absolutamente incapaz de asumir siquiera un gramo de sombra u oscuridad, proyectando todo lo sombrío, imperfecto y umbroso en un “enemigo” al que había que exterminar.

Violencia pasiva, violencia activa, las dos caras sobresalientes resultantes de no estrechar armoniosa y amorosamente en nuestro Ser la totalidad de los matices que nos componen. La mayor intolerancia es la que ejercemos con nosotros mismos, juzgando y rechazando nuestra completitud, y, en el caso concreto de la energía ariana, pretendiendo disociarnos de nuestra condición biológica primaria, nuestra condición animal.

El espanto moderno, actualizando el prehistórico problema de la culpabilización sobre las facetas agresivas que nos habitan, es comernos al caníbal convencidos que nos asiste el derecho a hacerlo en nuestra condición de seres “especiales”, “amorosos”, “pacifistas”, “espirituales”, personas “normales” que sólo aspiran a vivir en una sociedad armónica y sosegada.

No hay nada más violento que lo que no se asume. La serpiente está en tu vientre, esperando ver la Luz.  


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