“Todo lo profundo ama el disfraz…”. CAMUFLAJE. Gustavo
Cerati.
Todas las energía que forman ese anillo llamado Zodíaco
comparten la misma elasticidad: las doce pueden ser manifestadas, expresadas,
puestas en movimiento desde muchísimos lugares distintos, son muy grandes y
variadas las sutilezas con las que nos podemos encontrar.
Leo y sus rostros. El del Amor, y el de la abyecta máscara,
acalorada superficialidad. Abanico, tórrida vanidad.
El ritmo cardíaco, sístole y diástole, recrea lo que el
artista (o todo nosotros), exponemos de alguna manera, y lo que retorna en esa
resonancia en forma de admiración, aplauso, reconocimiento, ovación o gratitud.
El Sol leonino, el centro del régimen planetario, el corazón, el núcleo
corporal vital.
La probabilidad más sublime de ese músculo, en su aspecto
energético, es la de la capacidad para AMAR profundamente; a un hijo, propio o
de la Vida, a un/a compañero o compañera, AMOR sazonado con valores como
nobleza, lealtad, honradez, honestidad, sinceridad, desinterés, altruismo,
generosidad, hidalguía, distinción.
¿Es el mismísimo brillo del Sol acaso el que, análogamente,
nos distrae de la intención por llegar a la meta de ese desarrollo afectivo
excelso? ¿Es la condición de incandescencia de lo leonino lo que acostumbra a
descarriar a los mortales hacia lo insustancial, lo trivial o frívolo?
Hay eco en el amor que me dispensa mi compañera, su eco es
el amor que le necesito ofrendar. Eco además es la sonrisa de mi bebé, es su
olor, su pequeñez, es su inocencia, ingenuidad y vulnerabilidad que encienden
mi más dulce ternura… Todo regresa en tiempos de pasión leonina; el latido con
sus ambos compases es eso, eco. Lo que nos ensancha, el tórax sintiéndose
incapaz de contener tanta calidez.
Pero aquello que retorna en modo de admiración, aplauso,
reconocimiento, ovación o gratitud bien puede ser narcótico. Y cuando la
adicción pudo más que nuestra voluntad consciente, acá lo que se expande,
tantísimas veces, en nuestra condición de animales i rracionales es… el ego.
Vivir para contarlo. Esa parece ser la única y primordial
premisa, esclavos del like.
Lo adictivo refiere a la necesidad de gratificación
inmediata, bien lejos de la madurez saturnina, muy cerca de una personalidad
infantil. Y lo efímero del efecto del alterador del estado de ánimo, y el no
haber resuelto lo que nos llevó a necesitarlo, nos pide más y más cada vez en
espacios temporales más breves…
Así, bien podríamos estar atrapados en el condicionamiento
de la mirada aprobatoria de nuestro “público”. En un lugar en el que todavía se
nos hace imprescindible, por ejemplo, que la imagen que irradie nuestro objeto
amado tenga la capacidad de producir un fuerte impacto, al menos en lo que en
nuestro imaginario se nos configura como bonito para exponer, bello para
mostrar.
O llevar al extremo un esfuerzo físico y emocional a favor
de un desarrollo laboral profesional destacado, aún a riesgo de poner en juego
nuestra salud corporal y mental, con el único fin de estar “a la altura”, o más
arriba si fuera posible, de la media, sólo para poder exhibir impúdicos nuestro
viaje a, nuestro nuevo carro coche auto, nuestra más flamante distinguida
vestimenta.
O apartarnos de un camino “con corazón” como lo llamaba Don
Juan, en el libro de Castaneda, pervirtiendo nuestros valores más profundos y
sublimes, en pos de seguir inyectándonos adrenalina, en un muy torpe intento
por llenar la copa de nuestro vacío existencial…
Dos áreas son las que, en un Carta Natal, exponen nuestras
capacidades y cualidades para lo vincular profundo. La Casa V, precisamente
relacionada con lo leonino, con su necesidad de respuesta, aunque más no sea la
imagen de mí mismo que me devuelve un espejo, y la Vll, libriana, que habla de
complementación.
¿Estoy amando en verdad de manera profunda y milagrosa, o se
filtra también el regodeo que siento al verme a mí mismo siendo tan amoroso,
dulce y tierno? ¿Es amor lo que sangra de mi palpitar, o es la fascinación que
me despierta ver todo lo bonito que me pongo cuando estoy enamorado?
Las respuestas, mis amigos, están soplando debajo de tu
esternón.
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