Posiblemente sea el actual tránsito de Neptuno haciéndole un
aspecto armónico a mi Neptuno natal el que me esté llevando a estas
reflexiones, ligadas a la búsqueda de la expresión de esa parte Sabia conectada
con la divinidad que todos tenemos.
Para poder tomar contacto sincero con ese espacio, esa Voz,
llamada Yo Superior también, o lo Noble en nosotros, entiendo que es menester
trabajar algunos aspectos de nuestro ego, el encargado, precisamente, de que
nos desconectemos de esa Fuente de Amor.
La culpa es, desde todo punto de vista, a mi entender, una
verdadera MIERDA. Aun si alguien ha cometido un delito, el que sea y se te pase
por la cabeza ahora, ese ser tiene la posibilidad de enmendar su acto
sometiéndose a los castigos legales que le correspondan. Pero no hay motivo
alguno para que sienta culpa por lo hecho; en todo caso lo mejor que le podría
pasar es verse en una profunda reflexión acerca de lo acontecido, ver qué fue
lo que lo llevó a hacer lo que hizo. Y punto.
Si sentimos que hemos dañado a alguien, y eso no coincide
con una conducta punible desde lo legal, bien podemos pedir a esa persona que
nos escuche cuando sintamos la necesidad de reparar en ella lo que la pudo
haber lastimado. En este caso, una vez más, la culpa no tiene nada que hacer en
ese asunto.
Liberarnos de ese lastre es de una importancia capital. El
ego culpójeno se mueve dentro de una lógica de premios y castigos sumamente
distorsionada. Espera con la cabeza gacha ser reprendido por cualquier cosa
habida y por haber, aun teniendo derecho a eso, o busca la gratificación
inmediata inclusive ante el despliegue de conductas que son las que corresponde
tener.
Es muy difícil ser comprendido cuando hablamos de Virtud o
“acción correcta”, cuando el interlocutor que tenemos enfrente sólo entiende de
“portarse bien” o “portarse mal”. Cuando sólo se hace la pregunta, ante cada
deseo, situación o pensamiento: “¿Eso está bien o está mal?”. Creo que no debe
existir pregunta menos conducente que esa, pero, lamentablemente, es la que la
gran mayoría de las personas se vive haciendo…
¿Bien o mal a los ojos de quién? ¿De Dios, del cura, del
rabino, de mamá, de papá? ¿A quién le entregas semejante poder, a quién tu
sentido común, a quién la Voz de tu Corazón? ¿Y si mañana cualquiera de ellos
te dice que está bien robar y matar, empezarías a hacerlo con total libertad?
El ego culpójeno se someterá pasivo, en primera instancia,
acatando lo que los dedos acusadores, ora externos, ora los introyectados, le
señalen de modo imperativo. Para luego, harto de tanta “injusticia”, pasar al
polo activo de la rebeldía. Entonces lo veremos preguntarse, desafiante,
mientras levanta uno de sus hombros: ¿Y por qué no puedo hacer eso?
No se trata de que podamos o no podamos hacer tal o cual
cosa. Dios tiene asuntos mucho más importantes de que ocuparse antes que las
pavadas que a nosotros muchas veces nos quitan el sueño… Se trata de hacerse
otro tipo de preguntas, las que, con un poquito de honestidad, nos llevarán a
lugares, por un lado, insospechados, y al mismo tiempo nos conducirán a la Luz
de quiénes somos.
¿Por qué hago lo que hago? ¿Qué es lo que me lleva a actuar
así? ¿Para qué lo hago? ¿Qué parte de mi lo necesita? SIN JUICIO ALGUNO.
Semanas atrás les contaba de mi profundo enamoramiento
existencial con el l Ching. No se me hace casualidad que el mismo haya llegado,
y que yo lo haya podido acoger de esta manera, en medio del tránsito planetario
descripto al comienzo.
Es tanto una brillante guía para saber cómo movernos en el
día a día (si es buen momento o no para encarar algo, si estamos en lo cierto
respecto a la actitud que estamos tomando frente a una determinada situación),
pero por sobre todas las cosas, es un exquisito convite al trabajo Espiritual,
refiriéndome con estas palabras a la estupenda faena que podemos hacer sobre
nuestro ego para que, sencillamente, no sea él el que gobierne nuestra vida,
para que no sea él el que nos cague la vida…
Continuará…
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