Si aún no pude sanar mi relación con el aspecto saturnino de
la Vida, al que todavía percibo como opresivo, sea porque estuvo mediatizado
por alguna figura de mi familia en mi infancia, o por una educación religiosa
castradora, o si aun no he podido trascender la culpa que, como una densa nube
negra recorre el cielo judeocristiano de Occidente (y, hayamos sido educados o
no bajo algún credo determinado, nos mancha a todos), resultará, como lo decía
en la primer entrega de estas reflexiones, muy duro aceptar la idea de una
“acción correcta”, por más que hagamos énfasis en que nos estamos refiriendo a
la profunda necesidad del Alma de ir más allá de las pequeñeces del ego. La
respuesta será reactiva y rebelde, desde el momento en que sólo lo leeremos
como más de lo mismo, más castración, más limitación oprimente, más represión.
Quien escribe estas palabras ha hecho de todo a lo largo de
su existencia de 54 años en esta encarnación. Me han quedado muy pocos límites
por trasgredir. Y me he sentido con total libertad para experimentar diversas
posibilidades en muchas áreas, incluyendo la sexual. Sea por necesidad genuina
de ir más allá de los mandatos impuestos y poder saber quién era y cuáles eran
mis propias necesidades, sea para tapar de manera compulsiva y evasiva mis
enormes cicatrices emocionales tempranas. Entonces está claro, o sería genial
que quien me lea tuviera claro que no estoy hablando desde un Saturno mal
aspectado en mi Consciencia.
Ya lo dije en las dos entregas anteriores. Ni “bien”, ni
“mal”. Si podemos ir más allá de la dicotomía entre “bueno” o “malo”, si ya
dejamos de pedirle permiso a alguien (incluyendo a Dios) para hacer lo que
queremos, pero por sobre todas las cosas, si ya no necesitamos más rebeldía, si
ya superamos la etapa contestataria de “cagarnos en la autoridad”, si hemos
podido ir más allá de todo eso, ahí es cuando emerge una nueva necesidad. La
necesidad de la coherencia con nuestro Yo Superior.
Los de mi generación encontramos en su momento, en la
terapia psicoanalítica, un excelente espacio de liberación. Estupendo ambiente
de emancipación de todas esas creencias brutales, culpógenas, represivas a más
no poder. Los que como yo sí hemos sido educados bajo los mandatos de una
religión que nos quemó la cabeza viendo pecado en todo lo que hacíamos y
deseábamos, sentimos una enorme felicidad al estar frente a un terapeuta que
nos redimía de todo eso, que nos decía que todo estaba y había estado bien.
Esa libertad para ser y hacer es imprescindible para todo
ser humano que pisa la faz de la Tierra. Pero, al menos en mi caso, he llegado
a un punto en que, habiendo disfrutado con creces de la misma, estoy siendo
llamado a ir más allá. Y no me refiero a nada que esté ligado a algún vago
concepto de lo ético, ni de lo moral.
Supongo que esto debe estar presente en todas las personas
del Mundo. En lo que a mi refiere, hay algo más, tal vez sea ese Yo Superior
como se lo suele llamar, que me está pidiendo atender a ese aspecto de nuestra
totalidad llamado “ego”.
Ese Yo Superior pareciera moverse muy por afuera de las
paradojas y contradicciones de la mente dual, que siempre suele caer en la
misma trampa binaria preguntándose si se puede hacer tal o cual cosa, o si está
mal hacer eso. Las decisiones que se toman a partir de ese contacto con esa
parte “espiritual”, con o sin comillas, están precedidas de un sentir que, al
menos en mi caso, recorre todo el cuerpo, en una alineación coherente entre
panza, mente y corazón…
Desde el ego, algo así como una especie de niño malcriado, o
maleducado, solemos responder de formas bastante insólitas. O nos privamos de
las cosas más básicas a las que tenemos derecho acceder como autocastigo
derivado de la culpa, en un sumamente torpe intento por ser perdonados por ese
ser al que le hemos entregado nuestro poder, o, cuando hacemos las cosas como
corresponden, exigimos ser premiados como si fuéramos héroes.
En Argentina, país en el que históricamente ha habido una
gran evasión impositiva, es muy común oír a la gente quejarse al pagar sus
impuestos, alegando sentirse unos pelotudos por hacerlo. Pero,
independientemente de lo que hagan los demás, eso es lo que corresponde. Si me
porto bien me merezco ser recompensado, dice ese ego infantil… Es más probable
que, sintonizados con ese Yo espiritual o Superior, experimentemos una real
felicidad y alegría por, en principio, tener el dinero para poder hacer frente
a ese pago, y mucha paz por estar accionando de acuerdo con lo que es mejor
para la sociedad en la que vivimos…
En el primer apartado de estas reflexiones les hablaba de mi
flamante conexión con el l Ching. Por más buena voluntad que pongamos, y por
más “despiertos” que podamos llegar a estar, nos resulta imposible poder ser
observadores impecables, imparciales e implacables de los sinuosos
comportamientos de nuestro ego. ¿Qué mejor entonces que tener una guía que nos
vaya señalando en qué curva doblar, o que atajo seguir para evitar derrapar
cuando somos conducidos por la ceguera de ese mono loco impaciente, irritable,
controlador, resentido, vengativo, anhelante, victimizado, pesimista, ingenuo,
caprichoso?
El verdadero trabajo espiritual. El de la infinita compasión
para con nuestros semejantes, que, al igual que nosotros, están haciendo lo que
pueden en este derrotero llamado existencia. El camino del Noble, dejándonos
liderar por el Maestro, que jamás nos va a juzgar, pero que necesariamente será
severo con nosotros, cuando nos vea a punto de hacernos daño, o muy cerca de
hacérselo a alguien más.
Si todavía nos seguimos preguntando para qué, qué sentido
tiene seguir la senda de la Verdad, qué “beneficios” nos trae, desde ya que,
desde lo que me está sucediendo a mí, puedo dar testimonio de una creciente Paz
mental, y la fuerte sensación de que mi pecho es incapaz de contener la
expansión de mi Corazón.
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