En nuestro recorrido hacia la Iluminación solemos expresar
dos síntomas tan claros y evidentes como previsibles. El primero es pelearnos
con algún aspecto, alguna faceta de nuestra totalidad, que, en la medida que ha
estado hiper desarrollada, nos ha causado algún que otro dolor de cabeza.
Lo he escuchado mucho viniendo de personas muy empáticas;
describirse a sí mismas como “boludas sensibles” que lloran por todo, que todo
las conmueve, y que no pueden “matar una mosca” ni poner un límite…
Días atrás hablaba, en una nota referida al juego de
“víctimas y victimarios”, de la dificultad que nos asiste a la hora de ir más
allá del pensamiento dual, de poder incorporar el concepto de suma, de
síntesis. Pues ese otro síntoma es el de creer que, si se nos invita a entrar
en contacto con determinado arquetipo, eso significará de manera irreductible
tener que duelar, despedirse para siempre y enterrar aquel otro con el que más
hemos estado identificados hasta ahora.
“El saber no ocupa lugar”. Este axioma, en el plano mental,
tiene su correlato en nuestra Consciencia. Si toda tu Vida has estado
identificada con la Sacerdotisa, la Doncella, la Madre o cualquier otra imagen
relaciona a lo Femenino, es muy probable que al asumir que te resulta imperioso
despertar a la Guerrera, creas que ya no vas a poder vibrar en esa escala
amorosa nunca más, que vas a tener que renunciar a tu suavidad y amorosidad
para siempre.
Precisamente, en este caso, el antídoto para paliar y
equilibrar semejantes niveles de emotividad está en la presencia activa de ese
otro aspecto luchador, valiente y hasta temerario. De que puedas al menos, en
principio, concebir que vas a posar tu mirada en la gladiadora que también te
habita, con la intención de que, de a poco, puedas ir despertándola de su tan
larga y aletargada siesta…
Que te puedas concebir a ti mismo como aguerrido, combativo
y hasta beligerante cuando la situación lo requiera, no va en detrimento, en
absoluto, con conservar y poder sostener tus cualidades más receptivas y
delicadas. Esa, muchas veces, es la gran mentira (excusa) que nos vendemos con
tal de no hacer la tarea que bien nos puede cambiar la existencia, y,
justamente, sacarnos de la postura de víctimas…
Si te dispones a llamar y despertar a la estratega que hay
en tí, a verle la sombra a cada persona que se te cruza antes de que te
anoticies de su oscuridad luego de que la jugó fatalmente sobre ti, si te
atreves a hacerte las preguntas más inquisidoras respecto a todos los que te
rodean, incluso tu ser más amando, no por eso vas a convertirte en una
psicópata desamorada.
“Pero yo no quiero ser igual que el desequilibrado violento
y manipulador de mi exmarido”, le he escuchado decir a decenas de mujeres a las
que les sugerí, si en verdad deseaban salir del círculo de violencia física o
emocional en el que se habían visto inmersas tantos años, que empezaran a
identificarse con expresiones como las arianas-escorpianas.
Nadie te está invitando a que lo imites. Lo que tienes que
tener en cuenta es que siempre que rechazamos un personaje, una faceta de
nuestra totalidad, lo que atraemos es la PEOR cara de ese arquetipo.
Sería bueno que tengas presente que lo que está a tu
disposición es integrar a una Guerrera justa y equilibrada a la hora de
batallar, y a una diestra, hábil y astuta estratega, pero con la nobleza y la
capacidad para abandonar el juego antes de lastimar gratuitamente a los demás,
desarrollando así bellísimas cualidades sanadoras.
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