miércoles, 29 de agosto de 2018

LA SUMA DE LAS PARTES.

© Justo Félix Olivari Tenreiro.

En nuestro recorrido hacia la Iluminación solemos expresar dos síntomas tan claros y evidentes como previsibles. El primero es pelearnos con algún aspecto, alguna faceta de nuestra totalidad, que, en la medida que ha estado hiper desarrollada, nos ha causado algún que otro dolor de cabeza.

Lo he escuchado mucho viniendo de personas muy empáticas; describirse a sí mismas como “boludas sensibles” que lloran por todo, que todo las conmueve, y que no pueden “matar una mosca” ni poner un límite…

Días atrás hablaba, en una nota referida al juego de “víctimas y victimarios”, de la dificultad que nos asiste a la hora de ir más allá del pensamiento dual, de poder incorporar el concepto de suma, de síntesis. Pues ese otro síntoma es el de creer que, si se nos invita a entrar en contacto con determinado arquetipo, eso significará de manera irreductible tener que duelar, despedirse para siempre y enterrar aquel otro con el que más hemos estado identificados hasta ahora.

“El saber no ocupa lugar”. Este axioma, en el plano mental, tiene su correlato en nuestra Consciencia. Si toda tu Vida has estado identificada con la Sacerdotisa, la Doncella, la Madre o cualquier otra imagen relaciona a lo Femenino, es muy probable que al asumir que te resulta imperioso despertar a la Guerrera, creas que ya no vas a poder vibrar en esa escala amorosa nunca más, que vas a tener que renunciar a tu suavidad y amorosidad para siempre.

Precisamente, en este caso, el antídoto para paliar y equilibrar semejantes niveles de emotividad está en la presencia activa de ese otro aspecto luchador, valiente y hasta temerario. De que puedas al menos, en principio, concebir que vas a posar tu mirada en la gladiadora que también te habita, con la intención de que, de a poco, puedas ir despertándola de su tan larga y aletargada siesta…

Que te puedas concebir a ti mismo como aguerrido, combativo y hasta beligerante cuando la situación lo requiera, no va en detrimento, en absoluto, con conservar y poder sostener tus cualidades más receptivas y delicadas. Esa, muchas veces, es la gran mentira (excusa) que nos vendemos con tal de no hacer la tarea que bien nos puede cambiar la existencia, y, justamente, sacarnos de la postura de víctimas…

Si te dispones a llamar y despertar a la estratega que hay en tí, a verle la sombra a cada persona que se te cruza antes de que te anoticies de su oscuridad luego de que la jugó fatalmente sobre ti, si te atreves a hacerte las preguntas más inquisidoras respecto a todos los que te rodean, incluso tu ser más amando, no por eso vas a convertirte en una psicópata desamorada.

“Pero yo no quiero ser igual que el desequilibrado violento y manipulador de mi exmarido”, le he escuchado decir a decenas de mujeres a las que les sugerí, si en verdad deseaban salir del círculo de violencia física o emocional en el que se habían visto inmersas tantos años, que empezaran a identificarse con expresiones como las arianas-escorpianas.

Nadie te está invitando a que lo imites. Lo que tienes que tener en cuenta es que siempre que rechazamos un personaje, una faceta de nuestra totalidad, lo que atraemos es la PEOR cara de ese arquetipo.

Sería bueno que tengas presente que lo que está a tu disposición es integrar a una Guerrera justa y equilibrada a la hora de batallar, y a una diestra, hábil y astuta estratega, pero con la nobleza y la capacidad para abandonar el juego antes de lastimar gratuitamente a los demás, desarrollando así bellísimas cualidades sanadoras.


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