Coincidirán conmigo en que la palabra “violencia” tiene una
pésima prensa. Es oírla para que algo se crispe en nosotros. Y si es escuchada
referida a nuestra persona, inmediatamente levantaremos defensas egoicas. ¿Y si
la reemplazamos por “intensidad”?
Verdades empíricas e irrefutables: si me niego a aceptar una
energía, no sólo viviré atrayendo la misma, sino que, como si fuera poco, yo
también la voy a expresar, sólo que de manera muy inconsciente y primaria.
Llegó un momento en mi Vida en la que tomé profunda
consciencia de que, o me hacía cargo de mi intensidad, o mi existencia iba a
seguir siendo un rosario de experiencias devastadoras para mí, con toda clase
de maltratos y no registros en las más diferentes áreas: amigos, parejas,
jefes, compañeros de trabajo… Ya me quedaban pocas situaciones desagradables
por vivir, siempre instalado en la comodidad de mi violencia pasiva que mis
enormes sentimientos de culpa me obligaban a habitar.
Nací con Marte en conjunción con Venus. ¿Y adivinen qué? De
ambos planetas, me identifiqué con Venus, toda vez que el resto de mi Carta
Natal está repleto de agua…
“¿Por qué mis parejas me agreden o me gritan si yo siempre
soy suave y amoroso?”, me pregunté angustiado durante muchos años, negando toda
existencia de energía ariana en mí, como si eso me convirtiera en alguien más
“bueno” … Mismas parejas que muchísimas veces me hacían ver todo lo auto
afirmativo que me ponía por momentos, o la poca tolerancia que mostraba en
otros, lo que yo, claro, desmentía rotundamente.
Las casualidades no existen y la Astrología nos muestra una
coherencia sublime: así fue como, cíclicamente, me “tocaba” Ascendente en Aries
en mis revoluciones solares, por ejemplo. Ciclos muy duros las primeras veces,
y agotadores, en los que me veía obligado a poner límites poco menos que todos
los santos días del año…
El problema, ahora lo puedo ver a la distancia, es que no
sólo en verdad atraía como un imán a personas agresivas, sino que, al rechazar
esa energía de manera tan rotunda, había desarrollado una especie de alergia a
cualquier manifestación vehemente, entusiasta o vigorosa; todo lo sentía como
violento. Vibraba en una hipersensibilidad a cualquier situación altisonante.
Hoy en día recuerdo determinadas escenas de mi pasado,
costándome creer cómo esas situaciones, en ese momento, me habían parecido tan
terribles…
Mi compañera de entonces y yo estábamos descansando en la
cama. No tuve mejor idea que pedirle que me trajera algo de la cocina. “¿Por
qué no vas y te lo buscás vos??”, me dijo casi gritando. Casi me muero. “¿Por
qué me grita así?”, me preguntaba rumbo a la cocina absorbido por el personaje
de la víctima.
Dieciocho años después las cosas las veo de una forma muy
distinta. En ese momento yo estaba de vacaciones y ella había trabajado todo el
día, diez horas. Yo no registré su cansancio… Y sí, claro, cuando la gente se
enoja suele levantar la voz o gritar, algo bastante común y normal.
¿Nos queda otra opción a la de comulgar y aceptar en
nosotros energías que nos resultan desagradables? Sí: la de vivir escapando de
cuanta situación de intensidad se nos presente, negando nuestra activa
responsabilidad en esos hechos, lo que nos va a llevar a negar, en definitiva,
nuestra propia potencia y capacidad para auto afirmarnos en la vida.
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