© Justo Félix Olivari Tenreiro.
Uno de los tantísimos aportes que nos ofrece la Astrología
es el de poder resignificar muchos de los sucesos de nuestra infancia que hemos
experimentamos como traumáticos.
Cuando comprendemos que fue nuestra Alma la que eligió
determinados aprendizajes, podemos ver como algo absolutamente coherente haber
tenido un padre ausente, una madre manipuladora, hermanos con los que tenemos
una relación conflictiva, etc., etc. Se nos revela así que esas figuras son
absolutamente funcionales, que las características de cada uno de ellos están
totalmente a favor de que podamos desarrollar lo que hemos venido a integrar.
No es la excepción de quienes han encarnado para hacer de lo
leonido su camino existencial. Si tengo que lograr a lo largo de mi vida
brillar con luz propia, y ocupar un lugar central en donde pueda ser reconocido
por los otros, necesariamente tengo que nacer en un hogar en donde no sea
mirado ni registrado. Será precisamente esa herida la que me impulse a buscar
mi centro, mi lugar en el mundo…
Una consultante con este Ascendente tenía una hermana con
síndrome de Down. Volvía de la escuela exultante para compartir con sus padres
la buena nota que se había sacado en matemáticas, y escuchaba como respuesta:
“Es lo menos que podemos esperar, ya que vos sos `normal´…”.
Evidentemente es bastante habitual que los padres pongan
excesivo cuidado y atención en hijos que, por alguna circunstancia, podrían
sentirse vulnerables o rechazados, como en el caso anterior, en un intento de
compensación de esa situación particular.
Años atrás atendí, sucesivamente, a dos hermanas, que a su
vez tenían un hermano mayor que había sido adoptado. Sí, claro, ambas tenían
Ascendente en Leo, y las dos, cuando les pregunté quién se había llevado todas
las miradas de su familia, me respondieron lo mismo: “Mi hermano mayor”.
Posiblemente estos seres sean, en promedio, los que a más
temprana edad abandonan el hogar natal. Buscarán así encontrar y encontrarse en
espacios en donde los demás tengan registro de ellos, de su presencia y de sus
cualidades. Precisamente es la memoria de la simbiosis canceriana de su Casa
XII lo que tienen que ir dejando en el pasado para concebir su individualidad.
Pero ese logro puede tardar mucho en llegar. Con no poco
pesar verán que en cada nuevo ámbito que exploren se repetirá la misma escena:
alguien muy “solar”, sea por capacidades intelectuales, por atributos físicos,
etc., será el centro de atracción del grupo, llevándolos a desear nuevamente
abandonar ese ambiente, en un peregrinaje que en muchos casos suele ser muy
extenso y doloroso.
Así como anhelan fervientemente ocupar, aunque sea por una
vez en la vida, ese rol central, tendrán una enorme dificultad, salvo que otros
factores de la Carta Natal lo contradigan, para exponerse de modo leonino.
Al mismo tiempo, es realmente llamativo ver cómo la Vida los
empujará repetidas veces a que tomen un rol protagónico. Una mujer que
frecuentaba desde hacía años un gimnasio, se topa un día en la puerta del mismo
con su profesora: “Silvia, tengo que ir de modo urgente a mi casa. Vos que ya
te sabés todas la rutinas, ¿no te animás a dar la clase?”. Otra consultante, en
pareja con un músico, durante un recital, felizmente perdida en el anonimato
del público, se encuentra con que su amando, antes de tocar un tema, le dedica
la canción… Y la señala mientras lo hace. Cientos de ojos posados sobre su
humanidad…
La resolución de todo este entramado se desenvolverá cuando
el portador del Ascendente en Leo finalmente pueda permanecer en un espacio
conviviendo con aquel/lla que encarne la cualidad solar de manera evidente,
ocupando su propio centro, sin experimentar envidia, resentimiento ni
minusvalía, y aportando sus particulares cualidades a ese colectivo.
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