© Justo Félix Olivari Tenreiro.
Si bien he pasado a lo largo de mi Vida por situaciones muy
dolorosas y límites, desde muy chico descubrí y me familiaricé con las
diferentes manifestaciones de mi Júpiter en Casa XII natal, esto es, toda clase
de “ángeles encarnados” en la forma de terapeutas, sanadores de todo tipo, y
personas varias que me acercaban las más diversas formas de ayuda en los
momentos más delicados y críticos de mi existencia.
Así fue como tuve la gracia de participar en una
capacitación en Psicología Transpersonal impartida por ese estupendo ser humano
llamado Rhea Powers.
Junto con el que en ese momento era su pareja, en uno de los
módulos empiezan a dramatizar diferentes formas de plantear nuestras molestias
o enojos a otra persona. “Tú me hiciste eso, la culpa de mi malestar es tuya,
porque tú eres egoísta, porque no me registras, me duele lo que me has hecho,
no me lo esperaba de ti”, le decía ese buen hombre a una Rhea que con cada
palabra se iba encogiendo, cerrando, cruzando de brazos por sobre su plexo
solar, demacrando…
Ahora es ella la que habla, iniciando una nueva
dramatización. “Necesito decirte algo; cuando ayer llegaste media hora tarde a
nuestro encuentro, me sentí mal, no tenida en cuenta, primero me puse triste y
ahora siento enojo, no me gusta que hagas una cosa así, te pido por favor que
trates de evitarlo en lo sucesivo”.
Visto así parece muy sencillo, ¿verdad? La pregunta retórica
es, entonces, si resulta tan simple, ¿por qué un enorme porcentaje de la
humanidad se empeña en hacerlo de la manera incorrecta?
Sí, de eso se trata querido lector. De hablar en primera
persona del singular. De hablar de mí. De lo que a mí me pasa, de lo que yo
siento, de lo que yo necesito, de lo que a mí me dolió. Y de no meternos con el
otro, de no interpretarlo, de no acusarlo, de no hacerlo responsable ni mucho
menos culpable de lo que yo experimento y percibo. De NO hacer eso. Jamás.
Será tal vez mi Ascendente en Géminis el que me ha llevado,
desde muy temprana edad, a estar muy atento y por momentos fascinado con todo lo
concerniente a la comunicación. Fue entonces que ver en acción a esa pareja
exponiendo una forma tan sana de transmitir nuestras necesidades y molestias,
produjo un impacto tan grande en mí.
He conocido a personas por demás inteligentes que, luego de
haberle expuesto y propuesto esta tan bonita y productiva manera de conversar,
seguían echando mano a la manipulación, a la acusación, a la postura de víctima
y a la extorsión emocional a la hora de hablar (ladrar) sobre sus enojos…
“Tendrán algún problema cognitivo?”, me pregunté en un
principio… NO!, me respondí de inmediato. No podemos dar nada genuino, si eso
no está antes anclado en nuestro corazón. Esas personas súper lúcidas
entendieron perfectamente bien la consigna, pero se les hacía imposible llevarla
adelante, toda vez que, de hacerlo, iban a quedarse inermes al momento de
necesitar absorber energía ajena.
Es utópico pretender que alguien se desenvuelva con
honestidad y trasparencia emocional cuando todavía está poseído por el
arquetipo de la víctima.
Precisamente hoy, el día de San Valentín, podríamos
aprovechar para hacer algún tipo de reflexión al respecto, y honrar entonces el
concepto universal de afectividad, hasta que algún día, quién sabe, podamos
vibrar en la más alta oscilación del amor y la amistad.
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