Volvemos a empezar. ¿Dale que esta vez lo hacemos diferente?
¿Y si ahora cambiamos el índice señalador acusador por la
palma de la mano expandida sobre nuestro chackra cardíaco? ¿Y si en lugar de
empezar por vos empiezo por mí?
“Pero me da mucho miedo a abrirme, a mostrarme débil, y que
te aproveches de esa situación”, es lo que nunca decimos precisamente por ese
mismo temor a mostrarnos vulnerables… Pero es un buen lugar por donde empezar.
“A mí me pasa lo mismo…”, seguro escucharemos si damos el primer paso.
Te propongo entonces ese pacto de lealtad, sinceridad y
respeto. ¿Te animás? El juego se trata de hablar en primera persona del
singular. O sea, sólo voy a poder hablar de mí.
No hay motivo alguno para que me meta con vos, aun cuando
hayas hecho cosas que me resultaron dolorosas. También eso te lo puedo hacer
saber desde mi propia subjetividad, desde mi responsabilidad personal. Sin
victimizarme, haciéndome cargo de mi sentir y de mis emociones.
- “Por momentos no me siento escuchado por vos, siento que
no registrás lo que te digo que me molesta”.
- “No me gusta que levantes la voz cuando estamos hablando.
Por favor tratá de evitar hacerlo. Gracias”.
Si llegaste hasta acá posiblemente hayas observado lo fácil
de comprender que es esa consigna. Y tal vez, al igual que yo, te estés
preguntando: entonces, ¿por qué no la llevamos a la práctica de manera
constante y sostenida?
¿Es nuestro niño/a herido/a tratando de justificarse? ¿A
quién le estamos hablando cuando hacemos de un planteo genuino un
enjuiciamiento del otro? ¿Es ese nene/a reclamándole a mamá (o a papá, o a la
abuela, etc.) que lo mire, que lo registre, que lo trate de otra manera?
¿O acaso la expresión de un aspecto manipulador que aun
habita nuestra sombra, y que disfruta robando energía culpando y maniatando a
los demás?
¿Mercurio está retrogradando? Qué buen momento para tomarnos
unos minutos y reflexionar sobre la forma en la que, muchas veces, nos
in-comunicamos, inclusive con las personas a las que más amamos…
Una acusación nos cierra de manera defensiva y paranoide. Tu
mano en el pecho, tu sincera vulnerabilidad me abre y me invita a abrazar
compasivamente tu dolor y tu fragilidad.
- “Te pido perdón por haber levantado mi tono de voz cada
vez que me frustraba que las cosas no fueran como yo quería”.
- “Y yo te pido perdón por no haber tenido la disposición
para escucharte de una manera más amorosa y receptiva”.
“Gracias, mil veces gracias por esas disculpas tan sanadoras
y reparadoras”, nos diremos abrazados…
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