© Justo Félix Olivari Tenreiro.
Recordarán mis queridos lectores que habíamos hablado, en
entregas anteriores, de la importancia de la Casa XII a la hora de
conceptualizar las dificultades que conllevan el aprendizaje de la energía
ascendiendo.
Virgo, como el más habitual de los habitantes de esa
duodécima Casa, relata la memoria de la soledad. De las disquisiciones dentro
de lo circular de sus propias entrañas, de lo pequeño que, encerrado en sí
mismo, evita el encuentro en la mirada del otro. Pureza, necesidad de orden y
ascetismo, aislamiento. Tierra, quietud.
Desandar la ruta de lo libriano resulta haberse anoticiado
de que la Vida, con mayúsculas, es vínculo. Que por primera vez en la rueda
zodiacal aparece alguien allá enfrente que tiene algo para decirme, mucho por
enseñarme. Y que sabrá oírme amorosamente si de armonía estamos hablando. Que
desarrollaré esa misma capacidad.
A este Ascendente le corresponde una Casa VII en Aries:
¿para aprender Libra me vinculo de manera auto afirmativa y concibo a los demás
como enemigos mientras ellos tienen una mirada similar sobre mi existencia?
Nada ni nadie nos obliga a ir a favor de lo que en
definitiva nuestra mismísima Alma eligió desaprender. Pero si somos
espiritualmente adultos, asumiremos sin queja las consecuencias de nuestras
desafortunadas decisiones.
No ver al otro, negarme sistemáticamente a escuchar las
necesidades que me confiesa quien tengo frente a mis narices, hacer caso omiso
a esa voz sorda que sutilmente me susurra que me estoy lastimando al herir de
indiferencia a quien me acompaña, acallar violentamente cualquier mensaje consciente
que me toca el hombro llamando mi atención, traerá malas noticias, más temprano
que tarde, a mi comarca.
Libra no es Justicia. Su balanza se refiere a la idea de
equilibrio reparador. ¿Qué mejor manera de llamar al Juicio que negándome
oportunamente a comparecer en el estrado de la realidad del nosotros?
Rechazar y desmentir a Libra conducirá a que Sagitario tome
cartas en el asunto. El Hierofante vestirá de Juez en el proceso de despliegue
de la querella en infatigable búsqueda de la verdad, cuyo veredicto y sentencia
corresponderán al castigo que nos hayamos merecido recibir por la ceguera de
nuestro egocéntrico egoísmo.
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