martes, 11 de diciembre de 2018

REFLEXIONES A LA HORA DE LA SIESTA… PRIMERA PARTE.

© Justo Félix Olivari Tenreiro.

Posiblemente sea el actual tránsito de Neptuno haciéndole un aspecto armónico a mi Neptuno natal el que me esté llevando a estas reflexiones, ligadas a la búsqueda de la expresión de esa parte Sabia conectada con la divinidad que todos tenemos.

Para poder tomar contacto sincero con ese espacio, esa Voz, llamada Yo Superior también, o lo Noble en nosotros, entiendo que es menester trabajar algunos aspectos de nuestro ego, el encargado, precisamente, de que nos desconectemos de esa Fuente de Amor.

La culpa es, desde todo punto de vista, a mi entender, una verdadera MIERDA. Aun si alguien ha cometido un delito, el que sea y se te pase por la cabeza ahora, ese ser tiene la posibilidad de enmendar su acto sometiéndose a los castigos legales que le correspondan. Pero no hay motivo alguno para que sienta culpa por lo hecho; en todo caso lo mejor que le podría pasar es verse en una profunda reflexión acerca de lo acontecido, ver qué fue lo que lo llevó a hacer lo que hizo. Y punto.

Si sentimos que hemos dañado a alguien, y eso no coincide con una conducta punible desde lo legal, bien podemos pedir a esa persona que nos escuche cuando sintamos la necesidad de reparar en ella lo que la pudo haber lastimado. En este caso, una vez más, la culpa no tiene nada que hacer en ese asunto.

Liberarnos de ese lastre es de una importancia capital. El ego culpójeno se mueve dentro de una lógica de premios y castigos sumamente distorsionada. Espera con la cabeza gacha ser reprendido por cualquier cosa habida y por haber, aun teniendo derecho a eso, o busca la gratificación inmediata inclusive ante el despliegue de conductas que son las que corresponde tener.

Es muy difícil ser comprendido cuando hablamos de Virtud o “acción correcta”, cuando el interlocutor que tenemos enfrente sólo entiende de “portarse bien” o “portarse mal”. Cuando sólo se hace la pregunta, ante cada deseo, situación o pensamiento: “¿Eso está bien o está mal?”. Creo que no debe existir pregunta menos conducente que esa, pero, lamentablemente, es la que la gran mayoría de las personas se vive haciendo…

¿Bien o mal a los ojos de quién? ¿De Dios, del cura, del rabino, de mamá, de papá? ¿A quién le entregas semejante poder, a quién tu sentido común, a quién la Voz de tu Corazón? ¿Y si mañana cualquiera de ellos te dice que está bien robar y matar, empezarías a hacerlo con total libertad?

El ego culpójeno se someterá pasivo, en primera instancia, acatando lo que los dedos acusadores, ora externos, ora los introyectados, le señalen de modo imperativo. Para luego, harto de tanta “injusticia”, pasar al polo activo de la rebeldía. Entonces lo veremos preguntarse, desafiante, mientras levanta uno de sus hombros: ¿Y por qué no puedo hacer eso?

No se trata de que podamos o no podamos hacer tal o cual cosa. Dios tiene asuntos mucho más importantes de que ocuparse antes que las pavadas que a nosotros muchas veces nos quitan el sueño… Se trata de hacerse otro tipo de preguntas, las que, con un poquito de honestidad, nos llevarán a lugares, por un lado, insospechados, y al mismo tiempo nos conducirán a la Luz de quiénes somos.

¿Por qué hago lo que hago? ¿Qué es lo que me lleva a actuar así? ¿Para qué lo hago? ¿Qué parte de mi lo necesita? SIN JUICIO ALGUNO.

Semanas atrás les contaba de mi profundo enamoramiento existencial con el l Ching. No se me hace casualidad que el mismo haya llegado, y que yo lo haya podido acoger de esta manera, en medio del tránsito planetario descripto al comienzo.

Es tanto una brillante guía para saber cómo movernos en el día a día (si es buen momento o no para encarar algo, si estamos en lo cierto respecto a la actitud que estamos tomando frente a una determinada situación), pero por sobre todas las cosas, es un exquisito convite al trabajo Espiritual, refiriéndome con estas palabras a la estupenda faena que podemos hacer sobre nuestro ego para que, sencillamente, no sea él el que gobierne nuestra vida, para que no sea él el que nos cague la vida…

Continuará…  


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